Psalms 147

Cántico de la nueva Jerusalén

1
1. Como bien observa Dom Puniet, es este Salmo otro cántico de alabanza que el hebreo pone como continuación del anterior a causa de la analogía, pero que puede ser independiente y completo en sí mismo. En la antigua versión de los LXX lleva como título lo mismo que el anterior: “Alleluia. De Ageo y de Zacarías”, y su objeto primero, de carácter profético, es la nueva Jerusalén, ya preparada para las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6-9), atribuyéndole una paz, prosperidad y santidad que nunca tuvo la Jerusalén de Nehemías a la vuelta de Babilonia ni menos después (Salmos 84, 1; 146, 2 y notas; cf. Nehemías 5, 1 ss.; 9, 36 s.). “Entonces, dice San Hilario, la alabanza será perfecta.” Calès señala esta tendencia mesiánica del Salmo y agrega: “Yahvé juntará a los dispersos de Israel, sanará los corazones lacerados, multiplicará a sus fieles y los nutrirá con la flor del trigo. Su pueblo tendrá por recinto la paz, Él levantará a los humildes y abatirá a los soberbios” (cf. Salmo 71, 12 ss.; Lucas 1, 51 s.). Según esto, no podría explicarse la opinión de que el Salmo celebrase equivocadamente como seguros los muros de Jerusalén reconstruidos por Nehemías (Nehemías 12, 27-46), ni la ilusoria prosperidad de Israel antes que llegasen “las nuevas desilusiones no comprobadas por la profecía de Malaquías”.
Da gloria a Yahvé, oh Jerusalén;
alaba, oh Sión, a tu Dios.
2
2. Él ha asegurado los cerrojos de tus puertas, para que nunca más pueda entrar el enemigo invasor, que tantas veces devastó la Tierra Santa. Cf. Ezequiel 39, 26 y nota.
Porque Él ha asegurado
los cerrojos de tus puertas;
ha bendecido tus hijos dentro de ti.
3
3. Sobre la paz de los tiempos mesiánicos cf. Salmo 71, 7 y nota. “La flor del trigo”: Cf. Salmos 80, 17; 140, 2 y nota.
Él ha puesto paz en tus fronteras,
y te alimenta de la flor del trigo.
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4 ss. Desciende aquí el salmista al universo natural que Dios gobierna desde ahora con su Palabra (Salmo 148, 5 y 8). Desde ahora se manifiesta también la bondad y sabiduría del Creador y Conservador a través de la naturaleza, mediante su Palabra que en el Cosmos es más obedecida que entre los hombres (Salmos 32, 9; 148, 5 y 8; Job 37, 7; capítulos 38 ss.; cf. II Tesalonicenses 3, 1). La nieve (versículo 5) cae suavemente en forma de blanquísimos copos de lana y como tal cubre las sementeras y las protege contra un frío excesivo. La escarcha (Vulgata: niebla) forma un delgado manto que cubre la tierra como ceniza. Y si el granizo (el hielo, versículo 6) no cayera tan desmenuzado ¿quién podría soportar su inclemencia? Así resulta del Texto Masorético. Otros, según la corrección de Derenbourg, Zorell, etc., en vez de esta pregunta leen: ante su frío se congelan las aguas. Bover-Cantera da al versículo 6 esta versión: El que lanza cual migas su hielo, para el agua a su frío helador.
Él manda sus órdenes a la tierra;
su palabra corre veloz.
5Él derrama la nieve como copos de lana;
esparce como ceniza la escarcha.
6Él echa su hielo como bocados de pan;
¿quién resistiría su frío?
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7. Los derrite, es decir, el hielo, el granizo, la nieve (versículos 5 y 6); el viento cálido convierte el hielo en benéficas corrientes de agua. Por eso San Pablo (Romanos 1, 18 ss.) llama inexcusables a los que no descubren la magnificencia de Dios en la creación (cf. Salmo 103 y sus notas; Hechos de los Apóstoles, 14, 17).
Él envía su palabra
y los derrite;
hace soplar el viento,
y las aguas corren.
8
8. En contraste con esa ceguera de los paganos, cuya bestialidad muestra el Apóstol (Romanos 1, 21 ss.), Dios se elige un pueblo y le habla no solo desde Moisés y los Profetas sino desde Abrahán (cf. I Corintios 1, 20 s.; Deuteronomio 4, 32 s., etc.). En Hechos 28, 28 vemos, según lo declara San Pablo, cesar esta privilegiada vocación del incrédulo Israel, por un lapso que según el mismo Apóstol tendrá fin un día (Romanos 11, 25 s.).
Él dio a conocer su palabra a Jacob;
sus estatutos y sus mandatos a Israel.
9
9. No hizo tal : Más que otros pueblos, Israel tiene motivos para alabar al Señor, a causa de la Revelación (Salmo 147, 8 s.) y de las promesas (Salmos 104, 9 ss.; 145, 7 y nota; Romanos 9, 4 s.). No les manifestó sus disposiciones: En este pasaje que el apóstol San Pablo ratifica en Romanos 3, 2; 9, 4 s., se nos muestra la trascendencia de la Revelación para el conocimiento de Dios (Juan 1, 18; 6, 46), a fin de que no busquemos solo “en la idea del Ser infinitamente perfecto lo que está escondido en las voluntades del Ser soberanamente libre” (Ed, Babuty). Cf. 2, 8 y nota.
No hizo tal con ninguno de los otros pueblos;
a ellos no les manifestó sus disposiciones.
¡Hallelú Yah!
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